Quien es miembro de A. A. (1946)
La Tradición Tercera nació de este artículo escrito por Bill W. en el Grape vine”
La primera edición del libro “Alcohólicos Anónimos” hace este breve comentario sobre la calidad de miembro: el único requisito para pertenecer a esta Asociación es un deseo honesto de dejar la bebida. No estamos aliados con ninguna religión, secta, o denominación particular, ni nos oponemos a nadie. Solamente deseamos ayudar a aquellos que sufren” - Así se expresó nuestro sentimiento en 1.939, año de publicación del libro.
Desde aquel día se han hecho toda clase de experimentos sobre este asunto. El número de normas que se han dictado (y la mayoría de las veces quebrantado), es innumerable. Hace dos o tres años la Oficina General pidió a los Grupos una lista de las normas que tenían para afiliación de sus miembros. Cuando llegaron nos sentimos abrumados. El número de hojas de papel era incontable. Una ligera revisión de todas aquellas reglas nos llevó a una conclusión sorprendente. Si todos aquellos requisitos se hicieran obligatorios en todas partes, hubiera sido prácticamente imposible para cualquier alcohólico el pertenecer a Alcohólicos Anónimos. Casi el noventa por ciento de nuestros mejores y más antiguos miembros rio hubieran podido ser aceptados.
En algunos casos nos hubiéramos sentido muy desanimados por los requisitos que se nos exigían. La mayoría de los primeros miembros de A.A. hubieran sido expulsados porque recaían demasiado, o porque su moral era muy baja, o porque tenían dificultades tanto mentales como alcohólicas. O, aunque parezca imposible, porque no provenían de las llamadas clases altas de la sociedad. Nosotros, los más antiguos, hubiéramos sido excluidos por no leer suficientemente el libro “Alcohólicos Anónimos” o porque nuestro padrino no nos hubiera dado fianza al candidatizarnos. Y así ad infinitum.
La manera como nuestros alcohólicos “más dignos” han tratado algunas veces de juzgar a los ‘menos dignos” es, mirándola ahora, más bien cómica. Imagínese, si puede, un alcohólico juzgando a otro!
En una u otra ocasión, la mayoría de los grupos de A.A. llegan a elaborar sus normas. Es natural también, que cuando un grupo comienza a crecer rápidamente se ve confrontado con muchos y alarmantes problemas. La gente sigue con sus viejos defectos. Los miembros empiezan a recaer y a veces arrastran a otros a recaer con ellos. Aquellos que tienen dificultades mentales, sufren depresiones o caen en enajenaciones paranoicas y las transmiten a sus compañeros; los chismosos murmuran, e inquisidoramente empiezan a denunciar los lobos y caperucitas rojas que haya en e! grupo. Los recién llegados arguyen que ro son alcohólicas, pero continúan asistiendo a las reuniones,, Los “recaídos” hacen uso del buen nombre de A A para conseguir empleos. Otros rehúsan aceptar todos los Doce Pasos del programa de recuperación. Otros van mas allá alegando que esas “tonterías” acerca de dios son inocuas e innecesarias. Bajo todas estas presiones aquellos miembros que tratan de llevar su programa se sienten resentidos, y creen que deben controlarse aquellas condiciones desfavorables, o de otra manera AA. iría a la ruina. Y suponen que su alarma se justifica por el bien de la Asociación.
En este punto el grupo entra a la fase de legislar. Se dictan reglamentos, leyes y reglas para afiliación, se confiere autoridad a los comités para filtrar los indeseables y disciplinar a los rebeldes. Entonces los ‘Antiguos Miembros”, investidos ahora de autoridad, empiezan a mantenerse ocupados. Los recalcitrantes empiezan a ser arrojadas a las tinieblas exteriores, y los respetables arrojan piedras a los pecadores. En cuanto a los llamados pecadores, insisten en acudir a las reuniones, o forman un nuevo grupo. O puede que se unan a un grupo más comprensivo y menos intolerante de la vecindad. Es cuando los “antiguos” descubren que las normas y regulaciones no están dando resultados. Al intentar obligar a alguien se generan tantos motivos de disensión e intolerancia en el grupo, que hoy es generalmente aceptado que esta condición es peor para la vida del grupo, que la peor de las condiciones imaginables.
Después de un tiempo el miedo y la intolerancia se desvanecen. El grupo sobrevive ileso. Cada uno ha aprendido muchas cosas. En esta forma muy pocos de nosotros siguen preocupándose de lo que algún recién llegado pueda hacer por la reputación o efectividad de los A.A. Aquellos que recaen, aquellos que escandalizan, aquellos con mentes torcidas, aquellos que se rebelan contra el programa, aquellos que comercian con la reputación de AA., son personas que rara vez ocasionan un daño permanente al grupo de A.A. Algunos de aquellos han llegado a ser nuestros miembros más amados: respetados. Algunos otros han permanecido para que ensayemos nuestra paciencia con ellos, pero siguen sobrios Otros se han alejado del todo. Y hemos empezado a mirarlos no como amenazas sino como nuestros maestros. Nos obligan a cultivar la paciencia, la tolerancia y la humildad. Y finalmente vemos que ellos no son sino gente más enferma que el resto de nosotros, que aquellos que los condenan son los Fariseos cuya falsa virtud ocasiona a nuestro grupo el daño espiritual más profundo. Cada miembro antiguo de A.A. se estremece cuando recuerda los nombres que condenó alguna vez; gente acerca de la cual predijo solemnemente que nunca conseguiría sobriedad; personas de las cuales estaba seguro que había que expulsar de A.A. por el bien de la Asociación. Ahora que algunas de esas mismas personas han estado sobrias durante años, y que se han contado entre sus mejores amigos, el antiguo reflexiona: “Qué tal si todos hubieran juzgado a esa gente como yo lo hice una vez? Qué tal si A.A. hubiera cerrado la puerta en sus narices? Dónde estarían ellos ahora?
Por este motivo el recién llegado va siendo cada vez menos juzgado. Si el alcohol es un problema incontrolable para él y él desea hacer algo acerca de ello, eso es suficiente para nosotros. No nos preocupa si su caso es grave o ligero, si su moral es buena o mala, Si tiene otras complicaciones o no. Nuestra puerta de A.A. permanece ampliamente abierta, y si entra por ella y comienza a hacer algo por remediar su problema consideramos que es un miembro de A.A. Es probable que él no dé nada a entender, que con nada esté de acuerdo, que no prometa nada. Pero nosotros tampoco le pedimos nada. Se une a nosotros en la forma que él quiera. Actualmente, en la mayoría de los grupos ni siquiera tiene que admitir que es un alcohólico. Puede unirse a A.A. aún con una leve sospecha de que puede serlo, o porque cree que ha experimentado ya los síntomas fatales de nuestra enfermedad.
Por supuesto lo anterior no se aplica universalmente a todos los Alcohólicos Anónimos. Aun existen algunas reglas para afiliación. Si algún miembro persiste en venir borracho a las reuniones, debemos dejarlo por fuera y pedirle a alguien que se lo lleve. Pero en la mayoría de los grupos ese individuo puede volver al día siguiente si está sobrio. Aunque se le está rechazando de un grupo, nadie piensa que se le está expulsando de los A.A. El sigue siendo miembro mientras diga que lo es. Aunque este amplio concepto no es todavía unánime, representa la corriente mayoritaria del pensamiento de A.A. de hoy. No queremos negarle a nadie la oportunidad de recuperarse del alcoholismo. Deseamos ser tan inclusivos como podamos, nunca exclusivos.
Tal vez esta tendencia signifique algo mucho más profundo que un mero cambio de actitud con respecto al ser miembro de la Sociedad. Tal vez significa que estamos perdiendo el temor a aquellas violentas tormentas emocionales que a veces cruzan por nuestro mundo alcohólico. Tal vez le dicen a nuestra confianza que cada tormenta será seguida por la calma; una calma más comprensiva, más compasiva y más tolerante que cualquiera de las que conocimos anteriormente.
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