sábado, 31 de julio de 2010

Permanecemos indolentes



...Cuando la satisfacción de nuestros instintos sexuales, de seguridad o sociales, se convierten en el único objetivo de nuestras vidas,
el orgullo hace acto de presencia para justificar nuestros excesos.
Todos estos defectos generan miedo, una enfermedad del alma por sí sola.
A su vez el miedo genera otros defectos de carácter. El miedo irrazonable a que nuestros instintos no se satisfagan nos impulsa a codiciar lo ajeno, al deseo inmoderado de satisfacciones sexuales y de poderío, a enfadarnos cuando las exigencias de nuestros instintos se ven amenazadas y a ser envidiosos cuando las ambiciones de otros se logran mientras que las nuestras no. Comemos, bebemos y arrebatamos más de lo que necesitamos por el temor de que no nos toque lo suficiente. Y con genuina alarma, ante el trabajo permanecemos indolentes. Flojeamos y lo dejamos todo para después y, cuando más, trabajamos a la mitad de nuestra capacidad y a regañadientes. Estos temores son el comején que devora sin cesar la base de cualquier clase de vida que tratemos de edificar.

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