CUARTO PASO
Sin ningún temor hicimos un inventario moral de nosotros mismos.
Ahora vamos a examinar la necesidad de una relación de los defectos de carácter más notorios que todos tenemos en diversos grados. Para los que tienen una preparación religiosa, en una relación de esta naturaleza verán violaciones graves a principios de moral. Otros verán en ella defectos de carácter; para otros será un índice de desajustes. Algunos les molestará que se hable de inmoralidad y ni qué decir, de pecado. Pero hasta el menos razonable estará de acuerdo con este punto: Que hay mucho de este mal en nosotros los neuróticos y acerca de lo mucho que habrá que hacerse si es que esperamos serenidad, progreso y habilidad necesaria para adaptarnos a la vida.
Para evitar confusiones sobre las denominaciones de estos defectos vamos a adoptar una relación universalmente reconocida de los principales defectos humanos, los siete pecados mortales: el orgullo, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. El orgullo no encabeza esta relación por mera casualidad. Porque el orgullo, nos provoca la tendencia de tratar de justificar todos nuestros actos, y siempre espoleados por los temores conscientes o inconscientes, es la causa principal de la mayor parte de las dificultades humanas, el principal obstáculo al verdadero progreso. El orgullo nos induce a imponer a otros o a nosotros mismos, exigencias que no se pueden cumplir sin pervertir o hacer mal uso de los instintos de los que Dios nos ha dotado. Cuando la satisfacción de nuestros instintos sexuales, de seguridad o sociales, se convierten en el único objetivo de nuestras vidas, el orgullo hace acto de presencia para justificar nuestros excesos.
Todos estos defectos generan miedo, una enfermedad del alma por sí sola. A su vez el miedo genera otros defectos de carácter. El miedo irrazonable a que nuestros instintos no se satisfagan nos impulsa a codiciar lo ajeno, al deseo inmoderado de satisfacciones sexuales y de poderío, a enfadarnos cuando las exigencias de nuestros instintos se ven amenazadas y a ser envidiosos cuando las ambiciones de otros se logran mientras que las nuestras no. Comemos, bebemos y arrebatamos más de lo que necesitamos por el temor de que no nos toque lo suficiente. Y con genuina alarma, ante el trabajo permanecemos indolentes. Flojeamos y lo dejamos todo para después y, cuando más, trabajamos a la mitad de nuestra capacidad y a regañadientes. Estos temores son el comején que devora sin cesar la base de cualquier clase de vida que tratemos de edificar.
Así que cuando N.A., sugiere hacer un inventario sin temor alguno, a todo recién llegado le parecerá que se le está pidiendo más de lo que puede hacer. Tanto su orgullo como su temor lo rechazan cada vez que intenta mirarse por dentro. El orgullo dice: “No te atrevas a mirar aquí”. Pero el testimonio de los N.A.., que realmente han acometido el inventario moral es que el orgullo y el temor de esta especie resultan ser simples espantajos. Una vez que tengamos la cabal buena voluntad de hacer el inventario y nos esforcemos concienzudamente en el cumplimiento de esta tarea, la luz iluminará este tenebroso paisaje. A medida que perseveramos, nace una confianza completamente nueva, y el alivio al enfrentarnos con nosotros mismos es indescriptible. Estos son los primeros frutos del Cuarto Paso.
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